domingo, 2 de enero de 2011

los mil y un dias

le pedía a gritos que se quedara una noche mas en sus sueños, pero se marchó  como si no le importara, mas en sus pensamientos seguía el tenue recuerdo de su cara iluminada, de sus cabellos semi dorados, y su apellido oscurecido por la nocturna soledad.
Escuchaba aun en su cerebro una canción de amor, con la que se juraban amor eterno, amor infinito, algo absurda mente cierto, tan cierto como un cuento. Tan irreal como un sueño.
Y no se cansó de culparse a si mismo, no se dejó levantar por un largo tiempo, hasta que sus ojos emanaban ya no un océano de lagrimas, si no un desierto lleno de buitres que amenazaban con su partida.
Viajó lo mas lejos que pudo, hasta ver unos ojos semi desnudos, su mirada tan calmada y serena, alimentó su ser como si se tratara de un buen desayuno, y sin embargó le embriago como si se tratara de la vida misma, como si de un momento  a otro se le volviera, ello, una necesidad.

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